lunes, 4 de julio de 2011

La escalera

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Sentados en la escalera, como dos vagabundos, como adolescentes que no pueden entrar a casa por sus padres, pero que no desean quedarse a la intemperie de las miradas voyeuristas que atraviesan la calle.

Nuestro lugar especial no era la cama, ni el sofá, ni la alfombra. Por algún extraño motivo elegimos la escalera, desde aquella vez en que llegué y te encontré ahí, mirando tu planta. Una araucaria que yo te regalé.

- Eres un lobo estepario -dijiste. Y me invadió una sensación de incertidumbre. de entrada me pareció un reclamo, una molestia-

- Sí -te respondí- Pero siempre lo has sabido.

- Por eso te quiero. -respondiste- Porque a pesar de ser esa alma errante y solitaria, decidiste dejarte adoptar, dejarte querer, dejarte “entrenar”.

Me senté junto a ti y pasamos mucho tiempo ¿fueron horas? mirándonos. Sólo mirándonos.

El silencio, a veces dice muchísimo más que las palabras, comunica a las almas en otra frecuencia. Es delicioso compartir el silencio con alguien. Es la mayor prueba de amor; quedarte ahí con alguien sin necesidad de hablar. Cuando puedes compartir un enorme silencio con alguien, y disfrutarlo, puedes saber que existe algo realmente especial.

La escalera se volvió una rutina, pero no una de esas rutinas culeras que monotonizan el ambiente, por el contrario, se convirtió en algo más parecido a un ritual; en algo que nos unía cada vez más y más; pero secretamente, también representaba nuestra naturaleza, esa que compartíamos y que, irónicamente, fue la que terminó por alejarnos. Disfrutar de nuestras caricias y nuestros silencios en la escalera, era la más fehaciente prueba de que somos un par de vagabundos errantes que no pertenecen a ningún lugar. Y es que una escalera, realmente no es un sitio, no es un destino, sino un camino, un punto intermedio, un hotel de paso.

Inevitablemente llegó el día en que decidiste subir algunos escalones más y levantar el vuelo desde lo alto. Bajo la influencia de la nostalgia y los estereotipos del romanticismo, me encantaría decirte que permaneceré en ella el tiempo necesario para verte aterrizar de nuevo en este lugar; pero eso es algo que ni tú ni yo lograríamos creer.

Hoy que, yo también decido subir los escalones que me separan de la plataforma de despegue, contemplo los escalones 5 al 7, donde se escribiera la historia de nuestros silencios. Hoy me doy cuenta de lo que siempre supe perfectamente, pero que a ratos me daba por olvidar: Esos, nuestros escalones, me recuerdan que tú y yo, realmente nunca nos pertenecimos, me recuerda que así lo quisimos y que así lo decidimos. me recuerda que esta casa, este amor y estos silencios, no fueron una meta ni un destino. Me recuerdan que tu en mi y yo en tí, sólo estuvimos de paso.

Mamitis.

Siempre he sabido que V es el amor de mi vida. Lo que aún no sé es cuándo dejara de serlo. Hoy, mientras revisaba las cartas que le escri...