jueves, 3 de abril de 2014

Me cagas porque te amo.

Quiéreme.

Yo sólo quiero que me quieras...
Ya sé…
Ya sé que debí resolver mis mommy issues antes, en un consultorio.

No lo hice.

Y ahora estoy aquí, frente a ti, pidiéndote eso que nunca se debe pedir, porque al hacerlo se acaba la magia: Quiéreme.

O aunque sea déjame quererte... Aunque sea finge y déjame tratar de convertirlo en algo real. Te amo. Y detesto aceptarlo pero hay algo en mi que necesita de ti.

Me dueles cada que me dices no. Es un dolor real que se incrusta en mi alma y me derrumba. Me hace cuestionarme a mi mismo, mi masculinidad, mi valor, mi autoestima. Todo se viene abajo cuando me recuerdas que no vas a ser para mi. Cuando después de una tarde entera de risas, lujuria y pasión, llega el momento en que dices: “Ya me voy” y me das un beso en la mejilla.
- Quédate -Te pido. Y me dices que no... y entonces te repito otra vez lo que ya no quiero repetirte.
- Quédate… aquí… conmigo. Te amo.

Me vuelves a sonreír, me vuelves a besar(en la mejilla) y me vuelves a decir una de esas pendejadas que me cagan, porque seguro se la has dicho a cientos de pendejos como yo:
- Tú crees que quieres andar conmigo, pero creeme, no quieres eso.

Me emputa.

Me emputa porque esa línea que repites de manera estudiada y sistemática, me recuerda que no soy todo lo especial que me gustaría. Me recuerda que las carcajadas del día, las caricias y los momentos increíbles que pasamos juntos; para ti son sólo “momentos más” vividos con “un pendejo más” de toda la bola de pendejos que al final del día terminan diciendo: “Quédate… aquí… conmigo. Te amo”

Ríndete.

Abandona esta egoísta guerra tuya en contra de quien te ama. Déjame ser trascendente. Déjame mostrarte lo chingón que es intimar, y no me refiero sólo al sexo, sino a INTIMAR, a crear lazos, decirnos cosas, reírnos por horas en la cama después de coger, corretearnos al baño y acampar bajo las sábanas mirándonos, platicando, acariciándonos sin prisas, con delicadeza, con la suavidad de la lujuria satisfecha.

Intimar.

Lanzarnos miradas encriptadas a través de una habitación llena de gente, darnos golpecitos bajo la mesa cuando alguno de los dos esté hablando de más, caminar de la mano sólo por caminar, tirarnos en la alfombra a escuchar música, trenzarnos en un abrazo, besarnos.

Besarnos.

Darnos de esos besos que matan, de los que te hacen volar, de los que se interrumpen por una sonrisa, de los inesperados, de los que saben a pasta de dientes por la mañana y a cerveza por la noche. Quiero besar tus manos, tus mejillas, tus muslos, tu espalda, a la hora que sea.

Me dueles.

Me dueles bien cabrón, y me has dolido siempre. Me caga saberme vulnerable a ti. Me caga que, cada que me dices “no”, me tengo que tragar otra vez el pinche dolor; me trago otra vez la puta impotencia; me trago otra vez a mis voces diciéndome: “¿Ya ves? ¡pendejo! no eres suficiente hombre, no tienes nada, perdedor, fracasado, no te mereces a una mujer como ella, no vales nada!”... Pero por fuera, y para ti, termino diciendo un chiste idiota, dándote otra sonrisa y aceptando tu beso en mi mejilla, que se siente como una daga atravesando mis defensas e incrustándose en el rincón de mi ser, que juraba, jamás alcanzarías a tocar.


Mamitis.

Siempre he sabido que V es el amor de mi vida. Lo que aún no sé es cuándo dejara de serlo. Hoy, mientras revisaba las cartas que le escri...