miércoles, 19 de diciembre de 2018

En la Nápoles

El poli de la entrada se me queda viendo. Me conoce bien, hemos platicado trivialidades varias veces, está acostumbrado a verme por aquí. Se acerca (seguramente para “correrme” de la unidad), y su expresión al ver mi rostro me hace entender que me veo tan mal que como me siento.

Este lugar me hace sentir extraño. Para un chico de Ecatepec, es extraño ver una unidad habitacional con pasto, sin rejas ni alambre de púas sobre el portón, aunque en la Nápoles sea lo más común. Cada que vengo, no puedo evitar sentir el ferviente deseo de pertenecer a esto. De, algún día, llegar por la noche a una casa que tiene pasto y jardín a la entrada, en vez de alumbrado público inservible y la necesidad de estar alerta a cada paso.
Me gusta venir aquí, y lo hago seguido… y a veces lo odio.

Ésta, en la que estoy, es “mi banca”. La elegí porque está a la vuelta de la entrada del departamento al que vengo, desde aquí puedo ver si alguien de ahí llega o se va; pero mi presencia no se nota desde adentro.

Como siempre llego antes de lo acordado y además siempre me hacen esperar de más, un día decidí traer un buen libro conmigo, y encontrar un lugar tranquilo para leer mientras espero. Así encontré esta banca que me ofrece tranquilidad y comodidad, pero en la que mi presencia es imperceptible para quien vive en esa casa.

Quien vive en esa casa…

Son las 11 de la noche, y mi camino de regreso a Ecatepec se vuelve más complicado con cada segundo que desperdicio aquí sentado… pero es que no puedo levantarme… es decir: puedo, pero ¿Qué caso tiene? ¿Qué caso tiene preocuparme porque no me asalten esta noche? ¿Qué caso tiene buscar una forma de llegar a casa? ¿Qué caso tiene cualquier cosa sin ella?

No logro descifrar si la expresión en la cara del poli fue de lástima o de empatía, pero se detuvo por completo y regresó a su caseta sin decirme nada ¿Estaré llorando?

La primera vez que entré a esta unidad, me regocijó la idea de que, en el futuro, la visitaría muchas veces más. Pero hoy sé que no voy a volver a pisarla nunca más… tal vez por eso estoy extendiendo lo más que puedo estos segundos de amarga agonía.

Siempre supe que lo nuestro no iba a durar. Era demasiado perfecto. Tú eras perfecta… y en mi casa me enseñaron que si algo era demasiado bueno para mí, entonces no lo merezco.

También supe que no iba a durar cuando me decías que no tocara tu puerta, sino que te esperara afuera, o cuando, al regresar a dejarte, preferías entrar sola a tu casa… sabía que me ocultabas de tu familia ¿Te daba pena que vieran al wey con que andabas? ¿Lo hacías para protegerme de sus críticas? No lo sé y no me importaba. Te amaba de una forma tan pendeja, que me valía verga el motivo que tuvieras, mientras pudiera verte, acariciarte, y detonar esa pinche risa encantadora que me convertía en el más imbécil chango amaestrado.

Te di todo lo que me dejaste darte… porque yo por ti habría dado mucho más. Habría dado todo lo que tengo y también lo que no tengo…

Pero a pesar de todo lo que di, tú no eras para mí. Sentado en esta banca donde tantas veces esperé por ti, me doy cuenta de que nuestros caminos no se cruzaban de la forma en que yo deseaba forzarlos… que ni yo te podía hacer reír tanto, ni tú podías darme lo que yo desesperadamente deseaba de ti. Entendí que un día te vas a enamorar como yo me enamoré de ti, y qué vas a forjar una relación estable y amorosa… pero que no va a ser conmigo.

Y lo sé, y lo entiendo, y siempre lo supe, te juro que sí.

Y también te juro que, a pesar de que tú no me amas, y a pesar de que odio la forma tan brutal en qué estoy dispuesto a humillarme y darte hasta lo que no tengo… permanezco en esta banca a altas horas de la noche con la cara empapada en llanto, porque lo que más deseo en el universo en este instante, es verte salir por esa puerta y que te sientes junto a mi, me abraces y me digas “yo a ti también”

Mamitis.

Siempre he sabido que V es el amor de mi vida. Lo que aún no sé es cuándo dejara de serlo. Hoy, mientras revisaba las cartas que le escri...