Sentado frente a mi escritorio, con la mirada fija en la pantalla. De repente te apareces en mi cabeza. Tu cara, tu voz, tus palabras. Tus palabras. Tan llenas, tan ricas, tan lindas.
Casi inevitablemente mi mente se desprende y comienza a viajar sola, dejando mi cuerpo autómata frente a la computadora. Se va, se refugia en la evocación del pasado; pero en vez de revivirlo fielmente; lo destruye, lo hace trizas y lo vuelve a ensamblar al más típico estilo surrealista; con la diferencia de no dejar nada al azar, Las piezas son colocadas cuidadosamente bajo un interés claro y definido: Tú.
Tú y yo.
Tú y yo, en algún punto de la memoria alterada y prohibida, como un sueño despierto, como un ejercicio creativo, como un hubiera inútil, aunque no por eso menos delicioso.
Tu cara y mis manos, tu pelo y mi olfato, tu cuello y mis labios.
Te puedo mirar, escuchar, oler, sentir. Eres tan real... Pero imposible.
Mi memoria inventada nos convierte en cualquier cosa: en un primer beso, en un amor adolescente, en un descubrimiento erótico, en la degustación de lo prohibido, en excitación vil, pura y hormonal; en estallidos de emociones, en un escape de casa, en amigos en común, en una primera vez, en otra, en otra. En cientos de primeras veces. en esa sensación de primera vez, cada una de las veces.
En escondites, en secretos mutuos, en primer amor, en primer dolor, en primera decepción. En excusas inventadas para estar juntos, en tareas inventadas para diseñar besos eternos... En memorias de amor, de deseo y de pasión, en una historia de leña, fuego y cenizas...
Pero eres fruto prohibido, manzana de adán, centro del edén que irradia esa luz misteriosa, imposible de ignorar. Estás lejos, estás inalcanzable... y eso a ratos no me importa. Porque a veces me basta con aquella ligera impresión que me das -y que tal vez sólo sean ideas mías- de que en el fondo, muy, muy adentro, en un rincón inalcanzable y secreto... Esas memorias inventadas te gustan tanto como a mi.
miércoles, 7 de septiembre de 1994
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